Los defensores de la medida subrayaron que evitaría que aumentara la deuda y déficit públicos, permitiría mantener y/o aumentar el gasto público, disminuiría el paro, aumentarían los beneficios empresariales y evitaría la recesión económica que provocaría la reducción de gasto. Los críticos con esta opción consideraron que la medida quizás podría tener estos efectos a corto plazo pero que enseguida conllevaría inflación, aumento de los tipos de interés, devaluación de la moneda, pérdida de la confianza y del valor de la deuda y por lo tanto dificultades para obtener financiación... El problema era saber si la inflación aumentaría significativamente o no y lo cierto es que no lo podemos saber de antemano. Así pues, ante la incertidumbre, el gobierno estadounidense optó acertadamente por la prudencia y renunció a la acuñación.
Pero si por un momento pudiéramos imaginar una economía en la que todos los contratos estuvieran indexados a la inflación, responderíamos igual? Si la inflación no aumentara, tendríamos todos los beneficios que defienden los que la quieren acuñar. Y si aumentara? Como todos los contratos se encontrarían indexados a la inflación, los salarios aumentarían tanto como lo hiciera la inflación y por lo tanto sería neutra para las familias. El aumento de tipos de interés también sería neutro para los prestatarios porque las cuotas de los préstamos indexados aumentarían en la misma proporción que la inflación. Teóricamente la devaluación de la moneda sería igual a la diferencia de inflación con respecto a las monedas extranjeras y por lo tanto el efecto sería neutro, y si la deuda estuviera indexada aumentaría de valor tanto como la inflación y por lo tanto los inversores no verían reducido el valor sus ahorros.
Así pues, tendríamos todas las ventajas de la acuñación de la moneda y ninguno de sus inconvenientes. De esta manera la decisión sería otra: debería imprimir la moneda.