Uno de los fenómenos que observamos desde la implementación del modelo actual (alrededor de 1980) es el incremento de las desigualdades entre las rentas de los más ricos y de los más pobres en los países desarrollados, hecho que no se produjo mientras se siguió el modelo keynesiano. En el gráfico podemos ver como las desigualdades entre las rentas del 5% superior y la de los diferentes quintiles (20, 40, 60 y 80%) aumentaron a partir de principios de la década de 1980 en los EEUU. Fuente: US Census Bureau.
En la década de 1970 se produjeron repetidas recesiones con unos altos paro e inflación, fenómeno conocido como estanflación. El modelo keynesiano no supo dar respuesta a este problema, lo que provocó su abandono y la adopción del modelo actual. Este se basa en intentar evitar los incrementos de inflación que precedieron las recesiones y los incrementos del paro de la década de 1970. Para evitarlos propusieron diversas medidas como la liberalización de los mercados, el fomento de la competencia, equilibrios presupuestarios, déficits públicos financiados con la emisión de deuda pública o bancos centrales independientes.
Uno de los principales problemas del modelo actual es que tiene graves dificultades para generar empleo. Esta dificultad se produce por varios motivos. Uno de ellos proviene del hecho que incrementar el empleo conlleva en la mayoría de casos un incremento de la inflación y, por tanto, no se puede realizar un gran estímulo que permita un aumento de la ocupación porque iría contra el principal dogma del sistema: la estabilidad de precios. Otro es que obliga innecesariamente a los gobiernos a financiar el gasto público con la emisión de deuda (hecho contraproducente e ilógico si no se utiliza para financiar inversión productiva) y que limita la capacidad de los gobiernos tanto para estimular la economía como para realizar políticas redistributivas. La combinación de elevadas tasas de paro (o subempleo) acaban comportando un decremento de las rentas mas bajas.
En cambio, una economía indexada permite luchar contra este incremento de las desigualdades. En primer lugar, es un modelo más tolerante con los incrementos de la inflación y, por tanto, admite la posibilidad de realizar estímulos que permitan reducir el paro aunque comporten un incremento temporal de la inflación. En segundo lugar, permite financiar los gobiernos con la impresión de dinero en lugar de hacerlo vía la emisión de deuda, lo que permite sostener el estímulo en el tiempo y disponer de más recursos para luchar contra las desigualdades. Estas capacidades deben permitir acercar la economía al pleno empleo y si los trabajadores tienen trabajo y capacidad para negociar los salarios (ya que hay pleno empleo) las desigualdades deberían disminuir.
Uno de los principales problemas del modelo actual es que tiene graves dificultades para generar empleo. Esta dificultad se produce por varios motivos. Uno de ellos proviene del hecho que incrementar el empleo conlleva en la mayoría de casos un incremento de la inflación y, por tanto, no se puede realizar un gran estímulo que permita un aumento de la ocupación porque iría contra el principal dogma del sistema: la estabilidad de precios. Otro es que obliga innecesariamente a los gobiernos a financiar el gasto público con la emisión de deuda (hecho contraproducente e ilógico si no se utiliza para financiar inversión productiva) y que limita la capacidad de los gobiernos tanto para estimular la economía como para realizar políticas redistributivas. La combinación de elevadas tasas de paro (o subempleo) acaban comportando un decremento de las rentas mas bajas.
En cambio, una economía indexada permite luchar contra este incremento de las desigualdades. En primer lugar, es un modelo más tolerante con los incrementos de la inflación y, por tanto, admite la posibilidad de realizar estímulos que permitan reducir el paro aunque comporten un incremento temporal de la inflación. En segundo lugar, permite financiar los gobiernos con la impresión de dinero en lugar de hacerlo vía la emisión de deuda, lo que permite sostener el estímulo en el tiempo y disponer de más recursos para luchar contra las desigualdades. Estas capacidades deben permitir acercar la economía al pleno empleo y si los trabajadores tienen trabajo y capacidad para negociar los salarios (ya que hay pleno empleo) las desigualdades deberían disminuir.