La inflación es el gran anatema de nuestras economías pero no es en sí el problema. El problema son los cambios que se producen en las relaciones entre salarios, precios, ahorros, valor de los activos... especialmente los de aquellos elementos que tienen un gran peso en la economía o se producen de una manera muy intensa. Algunos de estos cambios responden a la realidad económica como, por ejemplo, el aumento de precio de un producto sin sustitutivos si, ceteris paribus, aumenta su demanda o el cambio de valor de los activos cuando varían los tipos de interés reales. Ahora bien, hay otros que vienen provocados por el diseño de los productos financieros. No hace falta sufrir una inflación del 900% diaria para sufrir fuertes desequilibrios en cuestiones clave. Cuando la inflación anual se acelera del 2% al 4%, las cuotas hipotecarias pueden aumentar un 20, un 30 o incluso un 40%, el bonos a largo plazo pueden perder más de un 20% de su valor, los bancos pueden disminuir, ceteris paribus, la cantidad de préstamo que conceden para comprar una vivienda un 20 o 30%...
Este problema se debe a que utilizamos productos financieros basados en tipos nominales y se puede evitar fácilmente si indexamos los contratos a la inflación. Si tuviéramos los contratos indexados a la inflación, cuando ésta aumentara del 2% al 4% o al 10%, los sueldos, alquileres, ahorros, cuotas hipotecarias, créditos... aumentarían todos en la misma proporción y no causarían los graves desequilibrios que causan actualmente los productos financieros basados en tipos nominales.
Con esto no quiero decir que debamos despreciar la inflación pero quizás deberíamos plantearnos dejar de culparla de los problemas que no causa y dedicarnos a evitar aquellos problemas que nos perjudican innecesariamente.